Progresivo despropósito: un enredo a ninguna parte...
Vivimos en la incertidumbre, desorientados y preocupados por una profunda crisis que algunas actitudes contribuyen a profundizar. ¿No hay nada nuevo que inventar? ¿Simplemente dependemos del orden internacional, del pensamiento de los mercados?
LA semana concluye con una serie de eventos, decisiones y curiosidades que no hacen sino aumentar la desorientación, incertidumbre y hastío de una mayoría social que asiste preocupada (y negativamente afectada) a las secuelas de una profunda crisis que se anuncia más larga de lo previsto.
Así, por no hundirnos en una perversidad psicológica que acentúe nuestras penas y bloquee nuestra capacidad de respuesta, nos limitaremos a citar algunas de las acciones observadas que no animan al optimismo y que explican la desorientación e incertidumbre en que nos encontramos:
La mal llamada Reforma Laboral ha dado fin a un largo y tedioso proceso negociador en torno al supuesto diálogo social, tripartito, que tras más de dos años ha generado falsas expectativas y, finalmente, una gran frustración colectiva. Se dijo que, bien por su trascendencia, por la cualitativa transformación del modelo económico que seguiría y por el escrupuloso respeto a la autonomía de los agentes económicos y sociales, no podía incluirse en otros procesos negociadores (Pacto de Zurbano, Proyecto ley de Economía Sostenible, Plan de Competitividad…). Al final, las prisas, la incapacidad para el acuerdo, el despropósito del gobierno (¿dónde estaba el ministro de Trabajo?), los calendarios de los mercados, y los Organismos Internacionales llevaron al presidente Rodríguez Zapatero a presentar al Parlamento un decreto ley, implorando a la oposición para que lo dote de contenido. Y la oposición, que dice no compartirlo, juega a la abstención para facilitar su aprobación e implantación. ¿Alguien puede defender como raíz competitiva el decreto ley citado? ¿No hay nada nuevo que reinventar sobre el mercado de trabajo, la negociación colectiva, la ley de huelga, el absentismo, la organización empresarial, la financiación de la información y el empleo/desempleo, las oficinas de empleo, políticas activas de empleo, inspección de trabajo, flexibilidad, dualidad entre empleados indefinidos y financiación pública, temporales y desempleo, por citar algunos pequeños aspectos asociables a la materia?
Parecería que la agenda se limita al coste aparente del despido. ¿Dónde quedan, además, las competencias de las diferentes Comunidades Autónomas y, en el caso vasco, por ejemplo, la singularidad de nuestros representantes sindicales y empresariales, y el Gobierno vasco?
El examen de Zapatero y España ante la Unión Europea y los mercados se salda con una penosa conclusión: "Mercados y organismos internacionales exigen nuevas reformas, más recortes presupuestarios y la revisión a la baja en las expectativas de crecimiento". Se anuncia una larga y lenta salida de la crisis y la necesidad de adaptarse a un crecimiento cero o despreciable sin creación de empleo (en realidad, creación de paro, hasta el 2016). Eso sí, todo el mundo parece quedarse tranquilo: algunos bancos españoles (menos españoles cada día, por cierto) superan la prueba de estrés y unas cuantas cajas de ahorro en claras dificultades son salvadas con el famoso FROB de la mano de mucho dinero público y un paraguas de fusión fría que desvirtúa su papel y compromiso en el desarrollo regional. Y, además, se hace desde cúpulas partidarias (véase el caso Caja Madrid-Bancaja, clamoroso…) cuando, precisamente, se acusaba a las cajas de responder a directrices políticas. ¿En dónde queda el rol y compromiso diferenciado de las cajas y sus instituciones fundadoras con su territorio? Y, una vez más, ¿dónde están sus gobiernos y políticas propias?
Entre tanto, proliferan las medidas fáciles de tomar para contener el gasto y ajustar presupuestos: recortes salariales (café para todos), suprimir algunos altos cargos y direcciones generales, congelar las inversiones en infraestructura jugando con el dinero no dispuesto en los presupuestos aprobados, ralentizando decisiones y vetando proyectos hasta ayer estratégicos. ¿Cómo crecer y generar oportunidades y empleo limitándonos a controlar el denominador de la productividad?
Un tercer despropósito es más grave aún. Se trata de la actitud generalizada en torno al panorama mundial de crisis. Si hace algo más de dos años nos quejábamos del pensamiento único en el que se habían instalado los gobiernos dejando al mercado su autorregulación y dirección de la economía, la sociedad y la política, volvemos a tropezar con la misma piedra. Otra vez, un nuevo pensamiento único ("es antisolidario y antipatriótico cuestionar las decisiones de los Mercados") cobra fuerza. De nada sirve acudir a las urnas para que una sociedad democrática elija qué tipo de gobernantes, políticas y modelo económico y social desea; es utópico cualquier intento por dirigir tus propios destinos, anhelar un futuro diferenciado e incluso asumir compromisos y sacrificios distintos. "Estamos creando una salida global…".
Por el contrario, la burocracia centralizada (Washington, Bruselas, Madrid y otra vez el nuevo Wall Street) nos dirá lo que debemos hacer. Y, por supuesto, "la crisis es profunda, compleja y mundial, debemos tomar medidas y tenemos que apoyar al Gobierno (perdón, al mercado)". Ir contra esta premisa parecería propia de ignorantes.
En fin, una vez más, este perverso pensamiento único vuelve a tomar carta de naturaleza. No cabe duda que profundizaremos un progresivo despropósito (uno tras otro) tejiendo un complejo enredo hacia ninguna parte. Entre tanto, proclamamos la maldición, advertimos de la nula credibilidad, capacidad y fortaleza del gobernante de turno, recordamos que nos lleva al precipicio… pero facilitamos que siga adelante. Un enredo. Un despropósito.
Y, mientras tanto, nos destrozan aquellas ideas, modelos y anhelos por los que creíamos trabajar construyendo un nuevo estado social de bienestar, sujeto a nuestra libre decisión democrática.
Jon Azua